¡¡Feliz primavera!!
Aquí estamos un año más celebrando la llegada de mi estación favorita. Realmente la primavera empieza a las 22.24h de hoy lunes 20 de marzo, así que leas cuando leas este email, ya estaremos oficialmente en primavera.
Este fin de semana he estado de viaje romántico con Rubén. Nos hemos escapado a Budapest. Hacía muchos años que me apetecía conocer esta ciudad, por lo menos hace 20 años, cuando una amiga estuvo y me habló de los maravillosos balnearios antiguos con piscinas de aguas calientes en plena calle, las que te podías bañar aunque estuvieras a -10 grados. Yo, como buena piscis que soy, siempre necesito buscar el agua en mis viajes y me pareció que una ciudad llena de balnearios era la escapada perfecta.
Vuelvo enamorada de la ciudad. Y resulta que al final el balneario ha sido lo de menos. Estuvimos en Széchenyi, nosotros y otras 200.000 personas más. Aun y las aglomeraciones creo que es un lugar que todo el mundo debería visitar alguna vez. No era un día especialmente frío, habría unos 15 grados, pero aun así el baño en el exterior con el cuerpo sumergido en agua ardiendo y la cabeza bastante helada es una experiencia muy agradable.
Vuelvo enamorada del Danubio, que por ser una gran masa de agua ya tiene muchos puntos ganados para mí, que soy tan de agua, pero es que las vistas desde cualquiera de las dos orillas son diferentes a las de cualquier otra ciudad europea con ríos o canales. Desde Buda (el lado oeste de la ciudad), puedes ver el Parlamento, y desde Pest las vistas del castillo de Buda, del Bastión de los pescadores y de la Iglesia de San Matías son también increíbles.
Vuelvo enamorada de los colores y patrones de la Iglesia de San Matías, con ese tejado de baldosas de cerámica de colores haciendo cenefas. Lo bueno de no conocer mucho la ciudad que vas a visitar y de no haberte preparado demasiado el viaje es que te llevas este tipo de sorpresas. Vas andando por la calle y de repente te encuentras una iglesia con los tejados de colores.
Pero lo más importante es que vuelvo enamorada de mi marido. Parece mentira que nos hayamos tenido que ir tan lejos para reencontrarnos. Nosotros, que pasamos todo el día juntos, trabajamos juntos, jugamos al padel juntos, salimos juntos, tenemos dos hijas juntos. Y no era consciente de lo lejos que estábamos. Es como si de repente me hubiera reencontrado con mi antiguo novio de la universidad, uno al que hacía muchos años que no veía. Y supongo que para él también habrá sido un reencuentro conmigo, porque yo también hacía años que no me sentía como me he sentido este fin de semana.
Tener hijos, la rutina y la monotonía de casi 20 años de relación son como una minúscula gota de agua que va erosionando cada día una piedra. No te das cuenta porque el daño que hace es indistinguible, pero su goteo constante día tras día lo va desgastando todo y de repente llega un momento en que casi no queda nada.
En Budapest nos hemos reencontrado aunque no era consciente de que nos hubiéramos perdido. Y de repente es como si hubiéramos vuelto a todos nuestros momentos felices y no existieran los malos.
«¿Qué es lo que más te ha gustado de Budapest? «
Le ha preguntado Rubén cuando ya íbamos para el aeropuerto.
Y sin dudarlo me ha respondido
«Tú»
Y a mí me cuesta reconocerlo, porque tenemos uno de los ríos más grande de Europa por un lado y un balneario de 1913 por el otro, pero sí, para mí lo mejor de Budapest también ha sido la compañía.
Lo peor de ser tan feliz es que en algún momento tiene que terminar. Mañana volvemos a la rutina de nuevo, volvemos al goteo constante pero apenas perceptible que todo lo desgasta.
Pero esta vez estoy tranquila porque se que siempre nos quedará Budapest.
Feliz primavera.