Feliz tarde,
Y hoy lo de feliz lo digo de corazón, porque así me siento ahora mismo. Después de un oscuro viaje a las profundidades en las últimas semanas (a las que no descarto volver en un futuro próximo porque uno nunca es dueño de estas cosas), poder decir que hoy me siento feliz es un gran logro y quería compartirlo con vosotros.
En la reflexión de hoy iba a hablar de este viaje de tristeza injustificada. Llevo toda la semana anotando ideas. Pero entre ayer y hoy me ha pasado algo que me ha hecho recuperar la ilusión y la luz. Y no ha sido la llegada repentina de la primavera una semana antes de lo previsto, aunque seguro que ha tenido algo que ver.
Empiezo desde el principio. El domingo pasado no hubo email, un poco por falta de alegría y motivación y también porque pasamos el día en casa de mi amigo P. La casa de este amigo es una de esas segundas residencias de padres de amigos a las que íbamos en nuestra época de estudiantes a pasar algunos fines de semana, así que yo ya había estado en ese pueblo y en esa casa varias veces. La última vez incluso no hace tanto porque ya habían nacido Emma y Lara.
A pesar de haber estado en varias ocasiones en este pueblo, no fue hasta el pasado domingo cuando caí en la cuenta de que está justo al lado del pueblo de mi abuelo. Cuando estábamos llegando y me fije bien en ese paisaje de viñas y campos verdes despejados me invadió una sensación de bienestar, como de paz. Así que este domingo fui más consciente durante todo el día de que me encontraba muy cerca de mis orígenes. Las vistas desde este pueblo y desde la casa de mi amigo son espectaculares. Mientras los niños jugaban vimos la puesta de sol sobre aquellos campos y me emocionó mucho ver tanta belleza. Un poco la sentí como si también fuera mía. Pero tampoco le di más importancia. Volvimos a Barcelona y volví a mi rueda de hamster infinita de trabajo/cole/rítmica/gimnasio/tristeza.
Hasta ayer.
Comiendo con mis padres salió el tema de que había estado al lado del pueblo de mi abuelo, y mi madre me contó varias historias de él, algunas de sus anécdotas de siempre. La mayoría las conocía de haberlas oído durante años, pero ya no las recordaba. No se por qué me entró curiosidad después de esta conversación con mi madre, y como mi abuelo había sido funcionario público y también había escrito algún libro, pensé que igual en google podía encontrar algo más sobre él. Y bingo.
Mi abuelo fue una persona muy especial. Aparte de su carrera profesional, escribió poesía durante toda su vida. Publicó varios libros que yo siempre he visto en el comedor de mi casa, pero pocas veces he ojeado. En mi familia siempre nos han acompañado sus poesías en Navidad. En Comuniones y entierros siempre se imprime alguno de sus versos en los recordatorios. Nunca lo había valorado porque en mi casa era lo normal, pero ahora lo pienso y es algo realmente especial.
Y anoche, al googlear su nombre llegué a una página con todos sus libros escaneados y muchas fotos antiguas de familia. Nunca había visto tantas fotos de mi abuelo, en su trabajo, fotos de sus padres, de mi madre y todos mis tíos cuando eran pequeños, mi abuela, mis bisabuelos… Todos estaban ahí. Pero sin duda lo más especial de todo fue encontrarme con sus palabras, con todos sus libros escaneados.
Tres de sus libros son de poesía, pero el cuarto es su autobiografía. La escribió justo al jubilarse, con 70 años, y cuenta varios detalles personales, pero principalmente habla mucho de su vida profesional, con todo lujo de detalles técnicos y jurídicos, fechas, nombres, leyes. Pude descargarla en mi móvil y empezar a leerla mientras mis hijas se dormían en mis brazos. Igual que otros días leo a Rosa Montero en mi kindle mientras las duermo, ayer leí las palabras de mi abuelo. Alguien a quien jamás conocí, porque falleció 8 años antes de que yo naciera, pero al leerlo lo he sentido tan cerca como si siempre hubiera estado conmigo.
Hay un capítulo en el que mi abuelo habla de su juventud en el pueblo (el de al lado del de mi amigo) antes de irse a vivir a Barcelona y me ha estremecido su descripción de esos mismos campos y esa misma puesta de sol que os decía que sentí como mía. Es como si hace 50 años mi abuelo hubiera escrito lo que yo iba a sentir el domingo pasado. Os lo copio por aquí:
«A mí, francamente, no me desagradaba nada el trabajo del campo y hasta incluso he de confesar que me sentía completamente dichoso y feliz trabajando en la labranza y cultivo de las fértiles tierras de mi madre y andando con pantalón de pana y alpargatas por los solitarios y polvorientos caminos de aquella especie de oasis maravilloso de la verde y trémula fronda de los viejos olivares y de los trigales y viñedos de los campos de mi pueblo, cercados de infinitos y profundos horizontes, llenos de sol y de luz, acariciado por las frescas brisas mañaneras y por las suaves de los plácidos atardeceres; perfumadas por las fragorosas emanaciones del aliento de los pinos de la sierra y del romero, del espliego y del tomillo, de los terrenos baldíos; agasajado por el preludio armonioso del canto de los pájaros, entre el susurro de la idílica y venturosa paz de aquellos crepúsculos de colores celestes policromados.»
Se me ponen los pelos de punta al releerlo.
Su vida transcurrió entre 1900 y 1973, unos años de lo más moviditos, así que leer su historia ha sido casi como leer una novela. Pero una novela en la que el protagonista es mi abuelo.
Tras leer su historia me queda un sabor agridulce, por algunas injusticias que tuvo que vivir. Pero también me consuela saber que a pesar de las adversidades siempre se mantuvo coherente a sus principios y a su ética laboral, que no se rindió y que finalmente ganó el bien.
Me ha emocionado especialmente la pasión con la que mi abuelo hablaba de su trabajo, de sus leyes, de sus libros de cuentas, de las obras públicas que promovió y que mejoraron la vida de tantas personas. Me ha impactado la importancia que le daba a hacer las cosas bien, a la legalidad, a la defensa de la justicia. Y no lo tuvo fácil porque le tocó vivir la época menos justa de la historia. Por muy poco no llegó a ver el final de la dictadura. Y a pesar de todo siempre se mantuvo firme, fiel a sus creencias. Apasionado hasta el final. Cuánto debía amar su trabajo para, después de jubilarse, seguir hablando de ello con tanta pasión tras una máquina de escribir.
Me he dado cuenta de que desde que el mundo es mundo las personas nos enfrentamos a los mismos contratiempos, a las mismas traiciones, a los mismos imprevistos, a los cambios de planes repentinos. Entre la generación de mi abuelo y la mía habrá cambiado la forma en la que nos desplazamos y en la que nos comunicamos, pero el fondo es el mismo.
Siempre podemos elegir vivir nuestra vida con pasión, con coherencia, con determinación, independientemente de que en el exterior nada acompañe, como lo hizo mi abuelo.
Porque al final del camino, deberíamos estar orgullosos de lo que escribamos en nuestra autobiografía.
Quién sabe si la leerá alguno de nuestros nietos en un mundo completamente diferente al nuestro y aun así se sentirá acompañado, arropado, esperanzado y consolado.
Y con esto llegamos al final del email de hoy. Te espero nuevamente el próximo domingo para celebrar la llegada de la primavera.
Que tengas una feliz semana.
Un abrazo,